P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
En el hermoso discurso dirigido a la comunidad universitaria de la Pontificia Universidad Gregoriana, el Santo Padre insistió en la necesidad de transformar el espacio académico en una casa del corazón y afirmó: «El cuidado de las relaciones necesita del corazón que dialoga. El corazón une los fragmentos y con los corazones de los demás se construye un puente donde pueden encontrarse. El corazón es necesario para la Universidad, que es un lugar de investigación para una cultura del encuentro y no del descarte. Es un lugar de diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la vida, entre la historia y las historias». Vivamente emocionado, el Papa continuó diciendo: «Me gustaría recordar la escena de la Ilíada en la que Héctor, antes de enfrentarse a Aquiles, visita a su esposa Andrómaca y a su hijo Astianacte. Al verlo con armadura y casco, el pequeño se asusta y comienza a gritar. Héctor se quita el casco y lo deja en el suelo, toma a su hijo en brazos y lo levanta a su altura. Sólo entonces le habla (Cf. Ilíada, VI 394-502).
Según el Papa, los pasos que preceden al diálogo son bajar los brazos, poner al otro al mismo nivel para mirarlo a los ojos. Su súplica: «Desármate, desarma tus pensamientos, desarma tus palabras, desarma tus miradas y luego ponte a la misma altura para mirarte a los ojos. No hay diálogo de arriba hacia abajo, no lo hay. Sólo así la enseñanza se convierte en un acto de misericordia, cuya característica Shakespeare describe tan bellamente: «La naturaleza de la misericordia no es forzar, se extiende como la suave lluvia del cielo y produce una doble felicidad: la felicidad del que da y la del que recibe» (El Mercader de Venecia, acto IV, escena I). El profesor hacia el alumno y el alumno hacia el profesor. Se espera que ambos puedan aprender de esta manera. Y este diálogo puesto en relación con la tradición y la historia debe ser compasivo con el presente: ¡cuántas heridas podrían ser curadas! Un diálogo respetuoso con el pasado, compasivo en el hoy y respetuoso con el «ayer».
La misión de la Universidad Gregoriana no puede renunciar al pasado, está llamada a integrarlo desde sus raíces fundacionales para profundizar el presente con toda su confusión y complejidad, pero, también, con todas sus posibilidades de futuro. De este modo, nuestra misión de formación nos urge a hacer un realista examen de conciencia. El Papa preguntó: «¿Esta misión logra traducir el carisma de la Compañía? ¿Es capaz de expresar y dar concreción a la gracia fundadora? No podemos mirar hacia atrás a lo que nos generó, considerándolo como un Anquises paralizado (padre de Eneas y uno de los amantes mortales de la diosa Afrodita) que hay que abandonar con la excusa de que nuestro presente y futuro no pueden soportar el lastre. Las raíces nos guían, no se cortan. Esa gracia fundamental tiene un nombre: Ignacio de Loyola y una formulación concreta en los Ejercicios Espirituales y las Constituciones de la Compañía de Jesús».
Desde mi punto de vista, es una cuestión vital para que la misión de la Compañía de Jesús en la Gregoriana sea lo que está llamada a ser, abriéndonos a los retos y desafíos de esta sociedad en esta Iglesia, sí, pero, sin traicionar su pasado. El Papa nos recordó que, en la historia de la Compañía de Jesús, la gracia fundadora se ha transformado siempre en una experiencia intelectual: descubrir la voluntad de Dios, que actúa y guía a la humanidad de modo misterioso, con las opciones de generaciones de mujeres y hombres en camino, siempre mirando adelante con discernimiento, jamás con ningún tipo de ideología que asesina el espíritu carismático. No hay que olvidar lo que nuestra espiritualidad nos aporta cuando insiste que, «en el fondo, está la inmediatez entre el Creador y su criatura. En la 15ª anotación, se pide a los que proponen los Ejercicios Espirituales que permanezcan en equilibrio, para que «el Creador actúe directamente con la criatura, y la criatura con su Creador y Señor». Actualizado en el papel del maestro, creo que está claro que su tarea es fomentar como único objetivo, a través del estudio, la relación con el Señor, no reemplazarlo».
El Santo Padre nos pidió que no olvidemos que «está la primacía del servicio como criterio que nos permite corregir lo que estamos haciendo. Para servir a Dios en las cosas que hacemos, debemos llevar todo al fin para el que fuimos creados (cf. Ejercicios N° 23). Es necesario discernir para purificar las intenciones, para evaluar la idoneidad de los medios. Más claramente: ¿responde esta unificación a su gracia fundadora? Me pregunto: ¿los que gobiernan y los que colaboran están en sintonía con su gracia fundadora o se están sirviendo a sí mismos?»
Domingo 1° de diciembre de 2024.