Ojalá que esto no nos dé risa

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Con un profundo sentido espiritual y teológico, la Iglesia celebra hoy la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. Su finalidad principal es celebrar y honrar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, es decir, en el pan y el vino consagrados durante la Santa Misa. La fiesta subraya la fe en que Cristo está verdaderamente presente —con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad— en la hostia consagrada. Tenemos una hermosa ocasión para rendirle culto público y adoración y, definitivamente, expresar una muestra de agradecimiento por el don de la Eucaristía. Corpus Christi es una respuesta de gratitud a Jesús por haberse quedado con nosotros en el Sacramento del Altar, como alimento espiritual que fortalece la vida cristiana. Es, asimismo, una oportunidad para manifestar públicamente nuestra fe ya que, tradicionalmente, se realiza una procesión con el Santísimo Sacramento por las calles, como testimonio público de fe en la presencia real de Cristo y como bendición para el pueblo y el mundo.

Es un tiempo propicio para pedir la unidad y la comunión entre quienes creemos en el Señor Jesús ya que, al celebrar la Eucaristía, nos reconocemos parte de un solo Cuerpo en Cristo. Esta fiesta también subraya la dimensión comunitaria del sacramento, que une a los fieles entre sí y con Dios. Es memoria del sacrificio de Cristo pues la Eucaristía actualiza sacramentalmente el sacrificio en la cruz. Esta solemnidad nos recuerda que cada Santa Misa es también un memorial del amor redentor de Jesús que se encarnó por amor a la humanidad y sigue presente y actuante en su esposa y nuestra madre, la Iglesia. En ella renovamos nuestra fe en la Eucaristía, podemos expresar nuestra devoción, y testimoniar públicamente la presencia viva de Cristo en medio de su pueblo y que no nos abandonará jamás. Me viene ahora a la memoria que, en una de las capillas de Vila Kostka, el Centro de Espiritualidad de los jesuitas, cerca de Sao Paolo, Brasil, hay un inmenso mural inspirado en uno de los más famosos iconos de la Iglesia Oriental. El cuadro original, atribuido a Andrei Rublev, es de mediados del siglo XV y se conserva en Moscú.

Representa un pasaje del libro del Génesis, cuando Dios se apareció a Abraham junto al encinar de Mambré de esta forma: “El Señor se apareció a Abraham en el bosque de encinas de Mambré, mientras estaba sentado a la entrada de su tienda de campaña, como a mediodía. Abraham levantó la vista y vio que tres hombres estaban de pie frente a él. Al verlos, se levantó rápidamente a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente y dijo: – Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya enseguida” (Gen 18, 1-3). Uno de estos tres hombres fue el que le reveló a Abraham la promesa de Dios, que dio origen a nuestra fe: “El año próximo volveré a visitarte, y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo. Mientras tanto, Sara estaba escuchando toda la conversación a espaldas de Abraham, a la entrada de la tienda. (…) Sara no pudo aguantar la risa y pensó: ¿cómo voy a tener este gusto, ahora que mi esposo y yo estamos tan viejos?” (Gen 18, 10.12). La característica de esta obra es que cada uno de los personajes mira en una dirección distinta. Comunica una teología trinitaria que podría ayudarnos a mejorar nuestra relación con Dios, uno y trino: El que representa al Padre, está mirando al Hijo.

Con esta mirada se expresa el hecho de que Dios Padre nos regala al Hijo, para enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida (Cf. Jn 14, 6). Por eso Jesús dice: “Salí de la presencia del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 17, 28). El Hijo, es la manifestación de Dios Padre para nosotros, tal como el mismo Jesús lo expresa a Felipe, en el Evangelio según san Juan: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Por su parte, el hombre que representa al Espíritu Santo, está mirando hacia un lado. Avizora el mundo, invitándonos a descubrir a Dios en la creación. Esta mirada expresa, además, la llamada a caminar siempre más allá de nuestras fronteras, para responder a la misión. El Espíritu es el que nos conducirá a la verdad plena: “Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Jn 16, 12-14). Por último, el personaje que representa al Hijo, no le quita la mirada a quien contempla el cuadro. En cualquier lugar en el que uno se coloque en esta capilla, se siente mirado directamente a los ojos por Jesús. Él es el mediador entre Dios y su pueblo. Es el verdadero Pontífice (Puente) entre los seres humanos y Dios: “Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Tim 2, 5). Digámosle hoy a Dios, como le dijo Abraham aquel mediodía: “Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya enseguida”. Sintamos la mirada de Jesús, que nos habla del amor de Dios Padre y nos recuerda la misión a la que nos envía el Espíritu Santo. Ojalá que esto no nos dé risa, como le dio a Sara, sino que Dios encuentre en nosotros una fe pronta y generosa.

Domingo 22 de junio de 2025.

1 comentario en “Ojalá que esto no nos dé risa”

  1. Librado Rodriguez

    La relidad tiene que verse desde varios enfoques principalmente tres; cientifico, filosofico y teologico. El presente articulo tiene un enfoque teologico, quien quiera enfocarlo de forma diferente pierde su tiempo y sobretodo pierde la opotunidad de conocer algo diferente y si, le puede dar risa por su manera limitada de intepretar la realidad y la verdad.

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