P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
El pasado martes 5 de noviembre por la mañana, el Santo Padre visitó la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, con motivo del «Dies Academicus» y en la fiesta de los santos y beatos de la Compañía de Jesús. En su discurso, el Papa expuso su visión del mundo académico jesuita, meditando sobre las trampas de una espiritualidad líquida «cocacolizada» y desencarnada e insistió en trabajar apasionadamente para lograr un saber arraigado en el corazón. La intervención de Francisco tuvo la forma y el contenido de una auténtica lección ignaciana y comenzó con un neologismo al mencionar el peligro de la «cocalización espiritual» en la investigación y la enseñanza. Enfatizó que “desgraciadamente, hay muchos discípulos de la Coca-Cola espiritual». El Papa reflexionó sobre la misión contemporánea de la Pontificia Universidad Gregoriana con la ayuda de San Francisco Javier, uno de los primeros compañeros de San Ignacio y un brillante estudiante de la Universidad de París, la mejor de su tiempo.
La formación es un precioso y delicado acto de caridad -afirmó el Papa- y recordó cómo «a San Francisco Javier le habría gustado ir a todas las universidades de su tiempo y gritar como un loco por todas partes, para sacudir a los que tenían más conocimientos que caridad e instarles a hacerse misioneros por amor a los hermanos, diciéndoles desde el fondo del corazón: ‘Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que haga?’». En el hermoso cuadripórtico del antiguo «Colegio Romano», fundado en 1551 por San Ignacio de Loyola, el Papa quiso recordarnos a profesores, alumnos, personal administrativo y de servicio, que debemos ser misioneros por amor a los hermanos y estar disponibles a la llamada del Señor. Enfatizó que «la misión está inspirada y sostenida por el Señor. No se trata de ocupar su lugar con nuestras pretensiones, que hacen que el plan de Dios sea burocrático, autoritario, rígido y tibio, superponiendo a menudo agendas y ambiciones a los planes de la Providencia». Recordó que estamos invitados a “hacer de la universidad un lugar donde la misión debe expresarse sobre todo a través de la acción formativa, con pasión pues formar significa, sobre todo, cuidar a las personas, y es por tanto un acto de caridad discreto, precioso y delicado».
Posteriormente, el Santo Padre alertó contra algunas plagas propias de ambientes universitarios como “el intelectualismo, el egoísmo y la lujuria espiritual” y en un tono fuerte y claro nos urgió a evitar el «intelectualismo árido», el «narcisismo perverso», «una verdadera lujuria espiritual en la que los demás sólo existen como espectadores que aplauden, cajas que se llenan con el ego de los que enseñan». Francisco relató una elocuente anécdota estudiantil en la época del ’68, que ilustra estas plagas y la clamorosa falta de corazón: «Me contaron la interesante historia de un profesor que, una mañana, encontró vacía el aula donde impartía sus clases. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta que no había nadie hasta que llegó a su escritorio. El salón era muy grande y tardó varios pasos en llegar a lo que parecía un ‘trono de doctor’. Al ver el vacío, decidió salir y preguntar al conserje qué había pasado. Aquel hombre, que siempre se había mostrado un tanto lejano del profesor, parecía diferente, más confiado por lo que se animó a señalar el cartel que los estudiantes habían colocado en la puerta después de su entrada que decía: «Aula ocupada por un enorme Ego. No hay vacantes disponibles».
Al recordar a los Stavroguin, protagonistas de la novela «Los demonios», de Dostoievski, citada en la Encíclica Dilexit Nos, el Papa, dijo que San John Henry Newman, inspirado a su vez, por San Francisco de Sales, recordó que el corazón es el lugar de partida y de llegada de toda relación y citó la expresión: «Cor ad cor loquitur» (el corazón habla al corazón), que tanto gustaba a Su Santidad Benedicto XVI. Volviendo a Stavrogin, el Santo Padre evocó un libro de Romano Guardini, que lo presenta como la encarnación del mal, porque su principal característica es no tener corazón. Y por esta razón «no puede encontrarse íntimamente con nadie y nadie se encuentra verdaderamente con él». Aquí, entre ustedes -enfatizó-, esto tiene que estar bien presente, precisamente por el origen de profesores y alumnos de muchas partes del mundo y nos instó a no olvidar que Guardini añade: «Sólo el corazón puede acoger y dar patria».
Conocedor de nuestra historia, el Papa quiso evocar los orígenes de la misión educativa de la Gregoriana y añoró un buen día de 1556, cuando un grupo de quince estudiantes se instaló en una modesta casa, no lejos de la actual sede de la universidad y dijo: «En la puerta de la casa estaba la inscripción: ‘Escuela gratuita de gramática, humanidad y doctrina cristiana’. Parecía inspirada en la invitación del profeta Isaías: ‘Todos los sedientos, vengan a las aguas. Los que no tienen dinero, vengan». Concluyó esta primera parte con una pregunta: ¿Qué significa hoy esta inscripción en la puerta de la modesta casa de la que procede la Gregoriana? Ha sido, sin duda, una invitación a humanizar el conocimiento de la fe, a encender y reavivar la chispa de la gracia en el hombre, garantizando la transdisciplinariedad en la investigación y la enseñanza.
Domingo 17 de noviembre de 2024.